La veía corriendo a través de un campo florido, con pétalos por doquier. Iba con un vestido hasta la rodilla, que se levantaba de vez en cuando, mientras el viento jugaba con su traje y pelo cobrizo. Se veía feliz, nadie negaba la posibilidad de ser un sueño, la mejor ilusión de su vida. Era ella quién corría a sus brazos, quién alegre lo miraba con brillos en sus ojos; con deseos de besarlo y no dejarlo jamás.
Cuando ya la veía frente a él, la imagen se detuvo y extrañamente todo comenzó a retroceder, en cámara lenta y con un dejo de locura confundida. Ya no sentía el vestido cerca de él, ni su inconfundible aroma a fruta rosada. Sus pasos iban hacía atrás, las flores que en algún momento pisó, se volvían a poner de pie y sacudirse con el viento. Los pétalos que caían se volvían a su árbol de cerezos, como si la gravedad no existiese para ellas. Ella se volvía más pequeña en el horizonte, siempre corriendo, pero hacía atrás, regresando en el tiempo, hasta cuando casi no se veía. Su presencia se divisaba a lo lejos, comprendiendo lo que pasaba, y desconociendo a su vez lo que se había vivido. El tiempo volvía atrás, y ella se iba de sus manos, de su mirada. Se fue el tiempo...
Despertó de un salto al ver que la perdía. Silencio en la pieza. Son aproximadamente las 14:58 minutos un día miércoles de un mes y año que nadie recuerda como especial. Hacen 30 grados a la sombra, en un caluroso verano. Una semana ya en clases y lo olvidó. Iba tarde a la universidad.
La noche anterior:
Comió una hamburguesa con queso y se fue donde un amigo. 23 horas y está frente a la puerta de su amigo, sin saber si tocar la puerta o correr donde nadie lo logre ver. Esa noche está raro. Toco la puerta como pocas veces lo hace. Él lo recibe, le invita una cerveza, un ron, un vodka, un tequila, un pisco, pisco, pisco y más pisco. A las dos de la mañana poca conciencia tenía de lo que hacía, sabía que no estaba solo. Ojos desorbitados, palabras incautas, actos que no reconoce propios, mira, reconoce, huele a labial de mujer joven, de atrevida, de pequeña aún, a sabores dulces. Se duermen.
14:30 horas despierta semidesnudo, abrazado a su amigo; rodeado a botellas de pisco y unos cuantas pastillas de “no se que”, tabletas vacías, otras a medio consumir, por lo menos cinco cajas en la cama. Huele horrible, le duele la cabeza. Se separa de su amigo, y se acuesta al otro extremo de la cama. Dos horas más tarde, siente la cara mojada, húmeda y el olor lo siente aún más sobre él. Despierta y su amigo le ha vertido un poco el alcohol en el pecho y cara. Lo ve bebiendo de su pecho, él le sonríe y le lame el mentón. Desorientado se levanta de golpe y como instinto, se limpia el cuerpo con las manos, como si quisiera sacar lo malo de él, un bicho horrible, excremento de su cuerpo. Grita: ¡¿Qué mierda es esto?!
Agarra su ropa, huye. Mientras corre, le mundo se le mueve a un ritmo diferente, no comprende nada. Siente que su cuerpo por dentro se quema. No puede reconocer al hombre que tenía encima lamiéndolo. Amigo. El amigo que siguió desde donde compró la hamburguesa de queso. No iba solo, iba la sombra tras de él. Lo siguió por curiosidad o quizás deseo. Amigo sin nombre. Amigo por una noche. ¿Quién era ese tipo?
Llega a su casa sin emitir una sola palabra. Quiere vomitar, pero siempre le ha tenido fobia a eso. Sube a su pieza, y entre el caos de su cama y repisas se acuesta.
14:58 del otro día. Despierta sobre saltado. Hace una semana inicio la Universidad , y no fue a clases.
Sabe que soñó con una mujer, cobrizo pelo, vestido curioso, arremolinado en el viento, y cercana a él, se le escapó en el tiempo. Pelo cobrizo, pensó. La conoce y sabe donde encontrarla. Prepara un balde de agua helada, hecha hielos, y espera a que esté en la temperatura que desea. En el baño, fuera de la tina, se tira el balde. Todo mojado, se viste con su polera gris y jeans gastados. Zapatillas “anticuadas”; y estilando sale de su casa. Su pelo despeinado escurre gota tras gota, él desearía que fueran los restos de eso que siente asqueado por dentro. Es sólo agua. Lo sabe.
Tres horas tarde a las clases, frente a la puerta. Espera. Espera. Espera. Cuando salen sus compañeros, todos lo saludan, pero el no responde. Está serio como si el asunto fuera de vida o muerte. Ella no sale. Golpea la muralla y pregunta ¿Ella, donde está ella? - ¿Te refieres…?-¡Tú sabes a quien me refiero… ¿Dónde Mierda está?! – En su casa –
Corre, corre, corre, corre, corre. Casa. Ya son las 17:03 y está frente a la casa. No sabe si tocar la puerta o salir corriendo. Como es de costumbre, huye. Vaga por las calles, y su día de angustia cambia un poco. Se encuentra dinero en la calle, lo suficiente para comer algo rápido. Se va a la tienda de la esquina. Pide, y saborea lo que llegará a su plato. Recuerda cuando comía pizzas, el olor a queso caliente. O el sabor de la carne que preparaba su madre. Son las 22:30 y ve desde el vidrio del restaurante de mala muerte una pareja. Está ella, la de cabello cobrizo. Se van, se arrancan de la luz como buscando nuevas rutas para controlar lo más intenso e interno. Él la sigue, desde lejos, muchas veces perdiendo el rastro.
23 horas y él está frente a la puerta nuevamente, No sabe si tocar la puerta o salir huyendo. Pensó un poco. Se hará pasar por un amigo, todo para poder estar con ella y con su aroma a fruta rosada, a labial de mujer joven tan cautivante. Esa noche esta confiado de si mismo, y golpea. Las casualidades hacen que su supuesto amigo le abra la puerta. Lo mira, y lo deja entrar, le invita tragos, muchos tipos, sabores, grados. Él necesita ir al baño; quiere encontrar a la chica. Entra al baño, está ella, orinando de pie. También está borracha. Él cierra la puerta y se encierran hasta las una de la mañana. Su aroma a fruta fresca si hizo madura prontamente. Esta rodeado de lápiz labial; disimula, mareado llega donde está el amigo que le abrió. Le ofrece un vaso – Bebamos- el trago tiene un sabor raro, quizás era el sabor del labial alrededor de su boca, o la sensación aún de tener su lengua dormida de tanto besar y sentir. A las 2 ya no tiene conciencia de lo que ocurre a su alrededor, sabe que alguien se fue, él desea creer que es él. Se va la primera pieza que encuentra y se tira a descansar, pero el mundo gira como en una carrera. Se acabo el olor a fruta, sólo hay hedor, incendio, algo que se quema dentro, algo que no reconoce.
El mundo se mueve y se encarga de moverlo a el también. Ve sombras, sujetos extraños que se cruzan por su nublada vista. No sabe como llego a un campo florido. Y la recordó.
La veía corriendo a través de un campo florido, con pétalos por doquier. Iba con un vestido hasta la rodilla, que se levantaba de vez en cuando, mientras el viento jugaba con su traje y pelo cobrizo. Se veía feliz, nadie negaba la posibilidad de ser un sueño, la mejor ilusión de su vida. Era ella quién corría a sus brazos, quién alegre lo miraba con brillos en sus ojos; con deseos de besarlo y no dejarlo jamás.
Cuando ya la veía frente a él, la imagen se detuvo y extrañamente todo comenzó a retroceder, en cámara lenta y con un dejo de locura confundida. Ya no sentía el vestido cerca de él, ni su inconfundible aroma a fruta rosada. Sus pasos iban hacía atrás, las flores que en algún momento pisó, se volvían a poner de pie y sacudirse con el viento. Los pétalos que caían se volvían a su árbol de cerezos, como si la gravedad no existiese para ellas. Ella se volvía más pequeña en el horizonte, siempre corriendo, pero hacía atrás, regresando en el tiempo, hasta cuando casi no se veía. Su presencia se divisaba a lo lejos, comprendiendo lo que pasaba, y desconociendo a su vez lo que se había vivido. El tiempo volvía atrás, y ella se iba de sus manos, de su mirada. Se fue el tiempo... Y girándose se encontró con él, el amigo que lo deseaba. Lo tenía agarrado de los brazos y sin poder liberarse solo vio como ella se fue, se fue en el tiempo.
14:30 horas despierta semidesnudo, abrazado a su amigo; rodeado a botellas de pisco y unos cuantas pastillas de “no se que”, tabletas vacías, otras a medio consumir, por lo menos cinco cajas en la cama. Huele horrible, le duele la cabeza.
Se separa de su amigo, y se pone a rezar. Le ruega a un ser superior que ella regrese pronto. En el rezo se duerme. A los diez minutos, el amigo despierta por el celular que suena incansablemente, es ella, va rumbo a la casa. Llega, entra por una ventana a la pieza, toma su sostén, lo mira. Mira al chico que duerme – Voy tarde a la universidad, no iré- Se miran otra vez y se va. Quedan los dos sobre la cama.
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