miércoles, octubre 19

#NiUnaMenos

Llama enormemente mi atención a aquellas personas, hombres y mujeres, que hablan de la violencia como una imagen amplificada de los medios de comunicación y por un particular e insignificante grupo de “feminazis”. Debo reconocer que hay cierto grupo de personas, hombres y mujeres, bastantes extremistas y tienen una postura muy intransigente respecto al tema, pero eso no me hace negar que realmente exista, y es tan cotidiano que lo hemos normalizado al extremo y hasta nos reímos de eso.  Cuando era niña, más de alguna vez me tocó ser partícipe de acciones asquerosas de hombres hacia mí. El primer chico con el que interactué fue bastante “lanzado” como es tradicionalmente conocido, y no dudó un minuto en acorralarme y besarme a la fuerza mientras me manoseaba. “Qué vergüenza”, pensé. Me aseguré de jamás quedarme a solas otra vez con él, pero nunca se lo dije a nadie. Luego en el colegio de chicas y católico, un profesor nos miraba constantemente y se hacía notar con algunas chicas haciéndose el lindo, pero que yo sepa, nunca dijimos nada.
Cuando ya estaba en la universidad, un profesor acosó y hasta manoseo a una compañera, asegurando que de esa forma le iría bien en el examen. Ella lo denunció a la rectoría, y él la llamó loca, exagerada, que era un mal entendido. Finalmente lo sacaron de la universidad, después de estudiar el caso, claro. En esa misma época, un compañero me pidió que lo acompañara a sacar unas impresiones, y de pronto con fuerza desvío mi camino y me encerró en una sala donde quiso obligarme a tener intimidad con él. El me aseguró que lo había provocado, que me lo había buscado, y como pude me libré de él y bajé corriendo muerta de miedo y vergüenza.  A una semana de lo ocurrido me habló y  me preguntó “¿Por qué tan distante?, y sin miedo le dije, ¡Ey, te parece poco lo que hiciste, debí denunciarte!, y él, campante me dijo “Qué exagerada, no pasó nada. Y por cierto te habría gustado”. Me dejó sin palabras, y nuevamente lo callé. No le dije a nadie porque temía que no me creyeran o que simplemente me encontrarán tan exagerada como ese chico.
Al año inicié una relación con un muchacho, extranjero, que fue mi primera pareja. El inicio fue increíble, él me cuidaba y me aseguraba que nadie me cuidaría mejor que él. Qué nadie me querría como él, pero a los seis meses comenzó a agredirme. Primero psicológicamente, luego me apretaba los brazos con firmeza y me presionaba contra la muralla, me dejó muchos moretones en mis brazos y piernas. Me inculcó mucho miedo, y me llenó de inseguridades.  En los tres años de relación, bajé de peso considerablemente, comenzaron mis crisis de pánico y se incrementaron mis miedos al mundo. Me aislé completamente, no compartía con nadie, incluso me distancie de mi familia. Todo lo que él me pedía, me sentía en la obligación de obedecer. Muchas veces lo encontré saliendo con otras chicas mientras éramos pareja. Encontré fotos de sus parejas anteriores desnudas. Una de ellas me contactó meses antes de terminar y me dijo que él le hizo el mismo daño que ahora me lo hacía a mí. Que debía alejarme de él antes de que fuera tarde. Pero ¿cómo? No sé cómo, no tengo a nadie con quien hablar, compartimos el mismo espacio físico, nos vemos constantemente y el ejercía un poder sobre mí impensado. Este cuestionamiento surgió a la par con el cierre de mi ciclo académico, ese año terminaba mi carrera y nunca más pisaría el mismo lugar que él. “¡Claro, ahí está! Esta es la vía de escape para huir.” A los meses, cerré ese círculo. Eso creí en ese momento, pero sin embargo durante los próximos 14 meses se encargó de hackear mis cuentas de mail y redes sociales, habló con mis contactos haciéndose pasar por mí para distanciarlos, siguió cada uno de mis pasos, y se encargó de atormentarme constantemente diciéndome “Me dejaste, me hiciste daño, te necesito, cambiaré. Te amo como nadie lo hará”. No lo escuché. Uno de sus amigos me advirtió que él se había apropiado de mis cuentas, él tenía tanto miedo como yo de las consecuencias que podría tener ese acto de buena fe.   Al enterarme, me reuní con mi ex y le dije que sabía todo. “¿Por qué lo haces, tú y yo no tenemos nada que ver?”… él se río de mí y me dijo “Tú eres mía, tengo todo el derecho de saber con quién hablas, te juntas y haces. Eres mía y hago lo que quiero.” Hace un año y meses había acabado todo y él seguí diciendo eso. “No soy tuya, no soy de nadie, soy mía. Y si continuas así, te denunciaré a la PDI”.  Intentó convencerme,  pero lo rechacé y dije adiós. Eso fue un 30 de noviembre, él me siguió molestando hasta marzo del año siguiente.  Recién ese año pude hablarlo con mi mamá. Con mi hermano. Me cuestionaron todo, y que yo prácticamente me lo busqué. Luego recibí un abrazo.  Mi actual pareja ha recibido todo lo que “arrojó la ola de vuelta”, todos mis miedos, crisis y angustias las ha contenido él. Me ha ayudado a curar mis heridas y a creer que soy un poco menos patética que ayer. 
En diciembre del 2015, fui a curar mi fobia a las polillas, y descubrí que todo mi miedo provenía de ese hecho. De mi experiencia brutal con ese hombre.   He vuelto a llorar por eso, sí. Descubrí que la herida aún no está cerrada, pero por lo menos todos los días estoy sacando el pus que quedó dentro. Ya han pasado 6 años de eso, y aún me estoy curando, sin embargo todos los días reflexiono respecto a eso. En la micro un hombre te toca y te sigue dando vergüenza, sabiendo que eso está mal. Un grupo de viejos te dice cosas de connotación sexual, y al enfrentarlos ellos te amenzan con los puños.
Muchos me dicen que soy extremista, este es mi motivo. No soporto la violencia de ninguna manera, y este es el motivo. Y me duele constantemente ver que todo lo que me ha tocado ver y vivir sea considerado normal.  Me arrepiento no haber denunciado, y detesto que mi entorno simplemente haya dicho “es problema de ella”.  Yo no soy un número más en la lista de femicidios, gracias a dios no pasó, pero porque debemos esperar a que ocurra para reaccionar. Jamás he dicho que la vida de una mujer sea más importante que la de un hombre, niño, anciano o animal, pero hoy tengo miedo de salir a la calle y enfrentar a un hombre que me diga cosas groseras.  ¿Por qué debo vivir con más miedo que el común, caminar por la noche por un simple vestido? ¿Por qué debe ser normal que debamos aguantar las cosas que nos vulneran? ¿Por qué debemos ser frágiles porque el sistema lo dice? ¿Por qué debemos educar a las chicas a tener miedo, a cuidarse de los hombres?

Créeme, yo no quise estar en todas esas situaciones, no las provoqué, y de todas formas me siento asqueada de eso.  No quiero más violencia, más muerte, y hoy grito por las mujeres, porque a mí me pasó y no tuve quién gritara por mí.  Ni una más, que sea acosada, agredida, violentada; Ni una menos, que por ignorar lo anterior, murió en manos de un hombre que lamentablemente, nosotras mismas educamos.  

No hay comentarios.:

Triatlón

 Mi cerebro está a punto de estallar. Me apresuro por ganar la carrera pero no me sé el camino.  Me alientan a llegar a la meta pero mis pas...