Caminaba por los pasillos de su casa abandonada. Aguardaba que llegara ese varón que hace ya cinco años le había robado el suspiro, y ahora, bajo las nupcias obligatorias de 1920, debía declararse desposada con don Marín de la Zota Caballero. Ella era de esas mujeres características de la zona franca, de alto valor y singular belleza, era la promesa de todo el pueblo desde donde procedía. Para cuando celebró nupcias, sus años recién bordeaban los 13 y era la ejemplar niña tímida, pero curiosa. Martín de la Zota, un viejo de 35 años, con apariencia de 45 era robusto, de mirada dura pero de simpático corazón.
Ambos no se conocieron hasta el día del primer beso, frente a ese altar, que las monjas de la iglesia que le habían dicho, era sagrado. Camiel, como era conocida la muchacha, al contraer matrimonio, por asuntos de negocios, se fue a vivir a la ciudad más próxima, donde residía De la Zota hace ya 15 años.
Él procuró tener la casa más linda para ella, la hizo parecer un palacio, para que ella imaginara que aquellos cuentos de princesas y hechizos mágicos si existía, que ella era una princesa, y el su valiente príncipe. Ella no comprendía más allá de los hechos, y sólo vio una casa abandonada, por donde caminaría los próximos años de su vida.
Él no la obligó a intimar, sentía que era pequeña y que poco entendería de eso; pero claramente el atractivo de la niña era a veces más fuerte que sus nobles rasgos de caballero. Lentamente se fue aproximando más a ella para obtener su confianza. Y ella, inocente aún y desinteresada en todo gesto grotesco, accedió a ser su amiga, y luego algo más que la hizo cambiar en cuanto a su reacción frente a un varón. Él la fue seduciendo, y ella guiándose por la pura confianza, comenzó a sentir deseos de tenerlo muy cerca de sí, pero no entendía cómo.
Al pasar los meses, Martín ya era capaz de abrazarla, tocar su cuello y ya un par de veces, pero a escondidas, verla desvestirse tras una larga charla de príncipes que aman a sus princesas son sus manos en la piel. El cuerpo de Camiel cada día se transformaba más en la de una mujer, frágil aún y algo indefinida, pero con prominentes caderas y un "culaso" de los dioses.
Una tarde de otoño, Martin permanecía reclinado sobre su sillón, solitario y bebiendo una copa de algún tónico extraño. Él permanece siempre consciente de sus actos, y atento a si su querida doncella necesitara. De pronto desde la habitación del fondo, Camiel grita con terror. Martín corre a socorrerla, y al entrar a la pieza, ve a la chica en un rincón oscuro tapada con una sábana, llorando. Una rata permanecía en su cama, observándola de lejos. De la Zota, con un palo de gran magnitud, amenaza al animal, quien tras un lapso, es matado por el caballero. Luego él se dirige a ella y le pregunta si esta bien. Ella asustada lo abraza, con sus manos ensangrentadas y entre sollozos le dice que está sangrando desde hace algún rato, le explica que al parecer la rata, con sus patitas pequeñas ha entrado y le ha roto el adentro, y ahora no deja de sangrar, no le duele y tema que sea una infección. Él, alarmado, hace llamar a los mejores doctores del país para que vengan a aliviar sus dolencias, para ello envía emisarios de la mejor categoría para que los llevará allá en menos de un día.
Al ser revisada por los doctores, todos le confirman que no es enfermedad infecciosa, sino un mal que aqueja sólo a las mujeres desde los 13 años o más. Ellos la denominaron "menstruación". Ahora su mujer podrá concebir hijos en cuanto deje de sangrar. Él se asustó por unos momentos, pero luego su alma se llenó de felicidad y corriendo a su habitación, la abraza y besa, y le asegura que todo estará bien. Ella, un tanto débil por lo acaecido, se deja proteger.
Siete días después, la niña, ya hecha mujer, está con el mejor ánimo, y le ruega a Martín que la acompañe al río donde quiere bañarse, en ese momento algo extraño pasó por la mente de Martin, pensó de pronto que ese sería el lugar perfecto para consumar el matrimonio que aún estaba pendiente desde hace 9 meses.
Se marcharon al río Maha y allí la niña se comenzó a bañar, él la miró desde lejos, y observó como la ropa de la chica se fue transparentando en cuanto se mojaba, cada vez le parecía más atractiva la idea de hacerla suya, pero no. La llamó a la orilla y mirándola a los ojos, quiso explicarle sus intenciones. Quizás fue muy detallada su explicación, a ella primero le pareció repulsivo, pero luego, cuando él se apoyó sobre su pecho, algo le hizo besar sus labios, y llevar las manos de Martín a sus pechos. Ella le respondió que era su esposa y debía cumplir con aquello, ella aceptaba que entrara en su cuerpo, pero no quería llorar. De la Zota, entonces, subió sus delicados vestidos húmedos ya, en una maravillosa tarde de primavera, ya bordeando el verano. Bajo su ropa interior y la observó, tal cual la había visto a escondidas, desnuda, inmortal y bella. Él en una actitud ansiosa, se desvistió tan rápido como pudo, pero antes de abalanzarse sobre ella, la observó algo asustada. Se contuvo un momento, y siguió con el rito más cautivante para ella.
Sintió que sus piernas se abrieron en un ángulo que ella no conocía, y nerviosa, sintió el roce de otro cuerpo en su entrepierna. Sus labios se secaron, pestañeaba aceleradamente, mientras olía el cuerpo de Martín por primera vez, era un olor intenso, algo molesto. Estaba húmedo. Ella también se comenzó a humedecer, de miedo, de susto, o quizás de excitación.
De pronto sintió un fuerte dolor, que la hizo llorar, un movimiento que sólo causaba desgarros, mientras la humedad de su cuerpo aumentaba, más no así la de su inferior. Algo sentía que la hería, mientras él trataba de comunicarse con ella preguntándole si estaba bien. Ella nunca lo escucho, cuando sintió una punzada dentro y un fluido extraño, desde sus manos, lanzo un fuerte empujón a Martín, y con una piedra que se encontraba cerca, golpeó su cabeza y lo aturdió hasta que su cara quedó manchada de sangre y prácticamente irreconocible. Al ver lo pasado, arrancó del lugar, y rondo la zona durante semanas. En la casa los emisarios fueron en busca de la pareja pero jamás los encontraron, así que desocuparon el lugar y se fueron a probar suerte.
Para cuando perdió el conteo de los días, su panza estaba hinchada, y una contracción le anunció la llegada de algo que ella no quería ver. En su limitación llegó a esa casona abandonada, y dio a luz a un niño, que al verlo, lleno de sangre, como al ratón de la cama que tanto miedo y mal le había causado, decidió darle muerte con un palo, y prender fuego. Los restos que quedaron tirados fuera de la puerta de la casa.
Caminó por los pasillos de esa casa abandonada, sin en más mínimo detalle de luz, esperando que De la Zota llegara, luego de lavarse la cara llena de sangre. Nunca llegó Martin.
1 comentario:
http://www.youtube.com/watch?v=blgWZwwrIrQ
Publicar un comentario