martes, abril 21

Ramillete

Despierto con ganas de ir al baño. Los ecos de madrugada, ese el reloj cantando su melodía de ruiseñor difónico y moribundo me alteran. Hundida en mi cajita de fósforos sorteo las formas de bajar cuando existo en la nada, desde una cama vacía, sin recuerdos profanos, sin un único que la llene. Firme como un roble, estoy de pie y ordeno a mi cerebro, que ordene a mis piernas, que debo avanzar. Sí he caminado estos siete pasos hasta la ventana, no es por simple amor a mi reflejo sobre ella o para demostrar el control sobre mi mente, sino una forma de controlar mis deseos de saltar, verme enfrentada a mi mayor deseo y miedo, él querer ser un pájaro y atravesar el cielo contaminado.

Estoy en shock, me quedo atónita viendo el ramillete de plumas pasar por mi ventana, siento una envidia irrefrenable. Estoy pálida y me siento morir, me sulfuro en recuerdos innecesarios y ahogo mis penas en la fiel orillita de mi cortina. Mi uña pasa una y otra vez por allí buscando la inexistente segunda hoja. Mis pies se hielan, aumentan mis ganas de ir al baño, y mi mente, en blanco. Hay tanta luz afuera, que olvido mi nombre y la edad, es la mejor excusa que encontré para liberarme de mi basura. Quiero liberarme de lo sucio, de lo que me hace daño, le ordeno a mi mente que se limpie, que limpie mi sentimiento de angustia, mi deseos de saltar al vacío, de tocar los pájaros que vuelan como ramillete, mi manía con la cortina, mi miedo a bajar de la cama, a ser diferente. Limpieza, purificación, tanta limpieza que simplemente no me dio tiempo de ir al baño.

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