De un sueño grande, sin color, sin luz, desperté furtivamente, evitando caer en el sueño profundo. Las escaleras de ella, era inclinadas que no podía subirlas; y ver en la cima a quien se quiere alcanzar, se perturban más mis movimientos lánguidos por la cama. Ya no quería soñar.
Desperté, sí; desperté pasmada, intranquila y sin reconocer la pieza. Sentía un dolor inmenso en mis brazos, y traté de alcanzar la lámpara de mano que está cerca de mi almohada. Todo el sonido de la ciudad se había situado en mis oídos, y el silencio completo se hacía en mi entorno, esperando servirme. Busqué el reloj, más no vi horas, ni minutos. El grito de la ciudad se había apagado para despertar de mi sueño, y creer que había enloquecido; mi cabeza reventó en la almohada; y los pensamientos quedaron esparramados en ella. Y no sentí nada... nada... no, sólo silencio, nada más.
Las ventanas estaban transparentes, y se veía más de lo habitual por ellas, y un millar de ciudades estaban frente a mi, la torre de Tokio, Museo Louvre, El Arco; La Herradura del Norte de Chile y miles de fotografías de ayer. Comprender no me resulta fácil, tener tantas cosas frente a mi de lo que pasó una vez, como aquella nube que ambos llamamos sol. Quisiera comprender eso. No puedo dormir más, eso es claro. Me senté en la cama y vi el corazón roto de alguien, trate de decirle algo, pero él se derritió.
Y si pudiera sentir que caigo nuevamente en el sueño de sabor agridulce, tal vez vuelva a ver esa nube y estemos, nuevamente, esperando el invierno. Me mareo con tantas imágenes y recuerdo de la primavera más calurosa de mi década; quizás está mal por esto del calentamiento global; pero creo que eso no es lo mas difícil, no es lo mas complejo para mi; sino es recordar esa difícil mañana de Paris, o esas sagradas vacaciones en el Norte.
No puedo parar de mirar, así que apoyé mis pies en el suelo y bailé. El piso se movió y se cayeron tus zapatos. Mi boca no podía tararear tu canción y nuevamente me acosté. Ver la cama desde este ángulo es familiar, pero no ver este lado, es raro cuando siempre lo ocupaban. Ese era el espacio que no quería perder, más nunca desocupar. Y ver las sábanas recogidas abajo de mis pies, es como perderme en el mar, donde jugaba en las noches de insomnio, en esta misma cama.
No vi más las horas del reloj, ahora veo minutos, y esto me resulta difícil. Ahora que veo que hay en mi pieza, puedo seguir soñando. Minuto a minuto.
jueves, mayo 1
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