Hace un año que nada de amor salía de sus palabras, pero sintió el impulso de derramarlas. Quiere tejer una historia de amor, un amor simple y radiante. Un amor más allá de lo físico. Un verdadero amor.
Ella a veces quiere parecer fría, seria o completamente lejana al mundo corriente. Quiere verse diferente para el resto. Para verse y sentirse más fuerte, no como una flor. Ella tiene marcas del tiempo, como todos. Pero a pesar de ello, quiere encontrar el brillo de eso que alguna vez dejó la huella. Ella es simple y tímida, ella es Anaí.
Anaí era la menor de tres hermanos, perteneciente a un núcleo algo desarmado por el tiempo y desgastado por historias y tiempo. Ella vivía sólo con su madre, quien trabajaba todo el tiempo por darle a ella, su hija y bebé, una educación digna y un buen pasar. El padre, estaba presente, pero el constante vaivén de la relación de sus padres a veces dificultaba la armonía. A veces eso le hacía temer un poco en el amor, pero jamás dejó que eso le influenciara. Con una educación normal, entretenida por sus actividades y demases, un día de marzo, cuando cursaba su último año de colegio, conoció a quién le hizo ver un colegio más bello, un invierno menos frío, una mañana más cálida; o por lo menos eso quería creer y sentir cuando vio sus ojos.
Una misma sala, bancos cercanos y ayudas de estudio hizo que ellos se acercaran y se vieran, conocieran. Sirvió para saber que él ya estaba enamorado de otra, y que nada de lo que soñó sería real, a no ser de que se la jugara todo por él. Pero ella no se atreve, pasando así todo el año, fingiendo ser fuerte, impenetrable, fría, y equívoca en sus actos lo dejó ir al final de diciembre. En la despedida, él le confesó que se sentía atraído pero que nunca nadie dijo nada, nadie hizo nada y el tiempo pasó y con ello el sentimiento. Allí murió todo, el colegio, los amigos del kiosquero, los envases de "Kapo" en el suelo y ese amor de colegio, que todos viven, ya sea dentro o fuera del él, pero en el mismo tiempo.
Anaí, resignada se quedó hasta el final de la ceremonia en la parroquia del colegio. Lloró en silencio y se fue...
Se pasaron los años y una decena de intentos fallidos. Quizás siempre con la esperanza de que él volviera alguna vez y le dijera "intentémoslo". Pero eso era tan poco probable que no le quedaba más que esperar a su amor de la vida. Anaí necesita reencontrarse, y regresa a la parroquia donde vio por última vez lo vio, lloró por amor y se fue completamente herida, como hoy había regresado al final.
Ella conversó con Dios mucho tiempo, y entregó todas sus penas. Dios sólo escuchaba. Le rogó una respuesta y finalmente musitó:
"Juro que he intentado todo. Trato de ser sincera, de ser un buen concepto de amor e intento entregarme al máximo. Trato, trato y me esfuerzo, y me reto, me odio a veces por no avanzar ni un solo centímetro. Y me digo que quizás no nací para ese tipo de amor. Y entonces recuerdo su cara y me doy un nuevo para intentar, porque es lo único que puedo hacer, intentar e intentar... todo por dejar pasar el tiempo y por cerrarme como una ostra."
A veces, Dios te da oportunidades inesperadas, quizás pruebas, ese fue el día "D" para comprender las cosas quizás. Ese día llegó él. Con cara de cansancio, se sentó atrás de ella. y oró.
Y luego se vieron las caras. Ella le habló, y el escucho algo desconcertado. El habló, ella no lo supo relacionar. Ella le quiso reclamar algo, y el respondió: " No puedes culpar al resto de lo que es un error propio. Lo sé, porque lo viví. Y si, ambos contribuimos para que dejáramos de hablar, de conocer, y vivir tal vez una linda historia, pero eso ya paso. Nunca vas a cambiar... Sin querer escuché lo que decías, y si crees que jamás podrás amar, es porque no ha llegado la persona correcta o quizás se fue frente a tus ojos. En ti, hay pocos hombres que te harán sentir, y muchos menos que te hagan sacar tu lado perverso. Menos serán los que logren descubrir tu lado de amor, y yo no lo supe hacer. No te merezco. Sé que vales mucho más que silencios y miradas cómplices, y ese sin fin de cosas típicas de los amores." Eso fue lo último que dijo, ya marchándose y perdiéndose por la puerta de la parroquia.
Ella se quedó inmóvil por un tiempo, y luego se acercó al altar, y de rodillas dijo: "Gracias por escuchar mis ruegos, por darme fuerzas y hacerme ver". Así se fue. De él no supo nada, nunca más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario