He visto tronar con fuerza recalcando su origen. He hablado del universo y me he sentido insignificante. He leído de la energía, y soy efímera. He sentido y vibrado a la vez.
El científico vivió dentro de su observatorio sus primeros cinco años de profesión, allí descubrió mil cosas en el cielo, vio constelaciones que desde la ciudad no se podían ver. Y logró hacer importantes postulados sobre el cielo, la vida y la muerte. Al otro extremo de la ciudad, la surfista vivía libre en las olas, donde contemplaba todo desde su tabla, donde controlaba las olas y conocía muy bien su entorno.
Una determinada noche, de frío insólito y viento furioso, ambos desde su lugar, solos junto a su luz, se quedaron mirando el reflejo de las estrellas en el mar. Aquella noche la luz se cortó en toda la ciudad, y mientras todos dormían; ellos estaban allí buscando algo que hacer, porque las estrellas se veían más intensamente reflejadas en el mar que de costumbre, y les parecía insólito perder aquel momento. Con el frío en su cuerpo, pensaron que no había nada que perder.
A paso lento, salieron a caminar, sin rumbo, sin esperar nada. Y al llegar al centro de la ciudad, se sentaron en el mismo parque, con dos bancas de diferencia. Así pasaron minutos eternos mientras el viento se paseaba con el entusiasmo de la noche joven y desnuda. Y en medio de la noche y el silencio se escuchó un relámpago que iluminó esa noche, dejándose al descubierto ambas personas, a ese calculador y cuadrado y esa ondeada e ilimitada. Con el sonido del trueno ambos se levantaron, y para cuando el segundo relámpago los alcanzó, ellos estaban de frente sonriéndose sin miedo alguno. El científico le mostró su observatorio, las constelaciones, sus postulados y teorías del cielo, la vida y la muerte. Ella le llevó a su playa, le enseño a surfear, capear olas y conocer su entorno.
Para la siguiente tormenta, el primero relámpago los iluminó, y para cuando sonó el trueno, ellos ya se habían ido juntos.