Me aseguré de estar sola antes de bajar del coche. La calle permanecía húmeda pero el ambiente tibio; no era día de lluvia pero algo hacía que la calle estuviera así, mojada. Mi ropa era liviana, un tanto peligrosa para encuentros como estos, donde todo era fuera de lo común pero algo se debía arriesgar.
Baje del taxi que me llevo a su departamento y allí decidí aguardar un par de minutos. Vi el taxi desaparecer y acomodé sutilmente mi sostén. Ese día iba dispuesta a todo. Mi cara casi no llevaba maquillaje y sólo un par de aros eran el complemento para verme algo atractiva.
Busqué entre mis papeles aquel que tenía la dirección que minutos antes había anotado en mi casa. Allí estaba, al fondo de mi bolso simplista, oscuro y ancho. Estaba rodeado de otros cuantos que me recordaban lo que no debía olvidar de mi vida, creo que algunos eran sueños de mi niñez y otros simples recuerdos oscuros. Sé que entre ellos había también el nombre de mi gran amor y algunos consejos para sólo recordarlo como mi gran sueño.
Con el papel en la mano, llegué frente al 508 y con un solo escalofrío toqué el timbre para que alguien abriera. Allí estaba yo, finalmente sola frente a una puerta que se abrió curiosamente, y con la cara de él.
Con los labios entre abiertos dando una pequeña sonrisa, se veían sabrosos al contraste de la luz. Vi sus ojos como penetraron en los míos e inmediatamente supe que él sabía a lo que venía; me hizo entrar. Me ofreció agua, y se sentó junto a mi sin hacer el menor gesto de querer ir a buscarla. Comenzamos a reírnos de sólo mirarnos y nuestras manos comenzaron a hacer su juego por su cuenta, mientras nosotros éramos testigos de lo débil que resulta el cuerpo en circunstancias adversas.
Perdimos completamente la noción del tiempo y por esa noche sólo fuimos nosotros dos en el inmenso departamento que se nos hizo grande a ratos por nuestros cuerpos apretados, y a ratos pequeño por la escasez de espacio donde probar nuestro deseo. Por ratos no había respiración, en otros parecía huracanes de fuerza. No recuerdo cuantas veces lo besé, pero se que llegué a su alma haciéndolo. No se cuantas veces me presionó contra su cuerpo, pero sentí traspasarlo a ratos. Sentí llover en el cuarto donde finalmente nos quedamos tirados, agitados y riéndonos de lo absurdo que resultan nuestros encuentros. Su voz parecía tener el poder de grandes parlantes como aquellos de conciertos masivos, todo mi cuerpo resonaba con él.
Quisimos dormir pero fue inútil volver al juego fue inevitable y comenzamos nuevamente la búsqueda de lo infinito logrando siempre encontrarlo de diferentes formas, con la búsqueda llegó el alba y con el alba mi rápida huída de aquel departamento.
Lo dejé allí tirado, cansado y sonriendo siempre, aunque fingía alegría por mi despedida fugaz. Mientras me acercaba al ascensor abrochaba mi ropa, bajé y tomé el primer taxi rumbo a mi casa.
La calle ya estaba seca por el calor de nuestro encuentro.